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ISSN 2594-1976
Artículos

Empresarios estresados. Entre el éxito y la pérdida

admin - 1 junio, 2012

Dra. Angélica Riveros Rosas
Investigadora en la Facultad de Contaduría y Administración
Universidad Nacional Autónoma de México
ariveros@aprender.fca.unam.mx

El estrés es un concepto que suele usarse para referirse a diversas condiciones o reacciones, por ejemplo, a una situación o persona: “pero qué estresante reunión”, a veces a una reacción: “eso me estresó demasiado”; o a veces a un efecto sobre la salud, psicológica o física: “el estrés lo está acabando”. Su uso parece aplicarse como un costal de casi todo lo que nos parece desagradable

Sin embargo, la mayoría de los especialistas en comportamiento parece coincidir en que el estrés tiene en realidad tres aspectos definitorios:

  • Primero. El estrés es la tensión que surge cuando ocurre un cambio importante en la vida de la persona, en su ambiente (interno o externo), el cual produce una situación que exige cambios prácticamente inmediatos, es decir, que le presiona a adaptarse rápidamente o en el corto plazo.
  • Segundo. Esa adaptación urgente sirve para evitar, entre muchas otras consecuencias negativas, daños, sufrimiento, pérdidas, incomodidad grave, enfermedades o la muerte misma.
  • Tercero. Suele tratarse de situaciones muy demandantes o amenazantes cuya solución requiere condiciones, habilidades, apoyo o recursos que el individuo no tiene o no puede allegarse.

Es importante destacar que el estrés afecta y se percibe como tal si el individuo, en efecto, carece de dichas condiciones, apoyo o recursos, o si cree que no los posee, aunque realmente los tenga o se los pueda allegar.
Varios estudios han documentado las principales fuentes de estrés para el ser humano, las cuales, si bien pueden mostrar algunas diferencias menores atribuibles a factores culturales, generalmente destacan las siguientes 15, en orden descendente:

  • Muerte de la pareja o de un(a) hijo(a).
  • Divorcio o separación.
  • Estar detenido en la cárcel u otra institución.
  • Muerte de un familiar cercano.
  • Enfermedad o heridas graves.
  • Casarse.
  • Perder el empleo.
  • Reconciliación conyugal.
  • Jubilación o retiro.
  • Enfermedad seria de un familiar (física o mental).
  • Embarazo de la pareja.
  • Problemas sexuales.
  • Nacimiento o adopción de un(a) hijo(a).
  • Cambio o ajuste importante en el trabajo.
  • Perder o ganar mucho dinero.

Si el lector toma cada una de estas situaciones y las aplica al quehacer de cualquier empresario, ubicará las modalidades más específicas, los escenarios y las circunstancias en que será más probable que le afecte el estrés. En efecto, si bien cualquier ser humano puede resultar estresado por una o más de las condiciones enlistadas (u otras) la naturaleza y las responsabilidades del trabajo de un empresario probablemente le exponen con más frecuencia a unos estresores que a otros, o a intensidades diferentes a las que tendría, por ejemplo, un artista, un militar, un obrero, un religioso o quizá un político.
Algunos ejemplos de estresores en empresas incluirían: las exigencias de la producción, el manejo de las prestaciones de los empleados, el cumplimiento de las responsabilidades fiscales, el riesgo de pérdidas, la solvencia financiera de la empresa, las condiciones de competencia con otras empresas, la complejidad de gestiones y trámites para cumplir con muy diversas normas, la eficacia de los sistemas de control internos de la empresa, la lealtad de sus colaboradores, la confianza en estos o los conflictos interpersonales con colegas del trabajo, entre muchos otros.
Si a estos estresores se les suman aquellos que surjan de la situación familiar del empresario, es fácil comprender cómo la cantidad total de estrés que podría experimentar, en caso de complicársele las situaciones, ya sea porque muchos estresores actúen al mismo tiempo o porque alguno de ellos adquiera una intensidad extrema, puede acabar amenazando seriamente su funcionamiento, su estabilidad y su salud.
Históricamente, el término estrés se incorporó a las ciencias del comportamiento prestado de la física, en la especialidad de la mecánica de materiales, en la cual se usa para describir la presión que alguna fuerza ejerce sobre un material, hasta que este se deforma o rompe. De este mismo uso se derivó, probablemente, la idea de “resistencia al estrés” que actualmente se denota en las ciencias del comportamiento como resiliencia, que indica la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones extremas y sobreponerse a alguna fuerza que presiona o ataca.
Continuando con el símil de la física, la cantidad de efecto o daño que una fuerza ejerza sobre algún material, dependerá de la intensidad de la fuerza y de la estructura del propio material, pero también de las condiciones en que se aplique, que en principio incluyen lo que se pueda hacer para reducir su efecto. Como se verá más adelante, también en el caso de los efectos del estrés psicológico hay condiciones que lo modulan.

¿Qué tanto daño puede hacer el estrés?
Todos los seres humanos estamos expuestos al estrés en mayor o menor medida y, de hecho, todos lo experimentamos frecuentemente. En una buena cantidad de casos los daños que ocasiona el estrés son muy pequeños y suelen pasar desapercibidos, entre otras razones, porque la exposición a estresores puede durar relativamente poco y porque las situaciones que producen la tensión acaban resolviéndose en un sentido o en otro, en el corto o en el mediano plazo.
Esto puede ocurrir por el efecto combinado de diversas circunstancias que cambian al azar, por algún comportamiento nuestro específicamente orientado a resolver la situación o por el apoyo que otros nos dan, ya sea en sentido emocional o activamente dirigido a poner en práctica una solución, se trata de una forma de estrés controlada y eficiente, su función es activar al organismo a actuar y resolver la amenaza. Sin embargo, en ocasiones el comportamiento puede funcionar para intensificar y prolongar los efectos del estrés.
Desde sus inicios como objeto de estudio, para fisiólogos, psicólogos y algunos especialistas médicos, se ha documentado que el estrés relativamente intenso y prolongado, en ausencia de estrategias que ayuden a mitigar sus efectos, puede ocasionar consecuencias que van desde leves o moderadas hasta graves, e incluso incapacitantes o devastadoras y que estas consecuencias ocurren en muy diversos niveles y sistemas del funcionamiento del individuo en sentido físico y psicológico.
Entre muchos otros, los efectos del estrés prolongado mal manejado pueden alterar las reacciones emocionales, la capacidad para encontrar solución a los problemas, la motivación para mantenerse enfocado en la búsqueda de respuestas útiles, la calidad de las relaciones sociales o interpersonales y facilitar el desarrollo de enfermedades físicas de muy diversos tipos. La mayoría de las veces los efectos del estrés combinan reacciones físicas y psicológicas porque el organismo en general y los sistemas nervioso y endocrino, en particular, reaccionan afectándose uno a otro.
Un renovado interés por estudiar el estrés y sus efectos se derivó del trabajo de dos cardiólogos estadounidenses Meyer Friedman y Ray H. Rosenman, quienes a fines de la década de los sesenta descubrieron que más personas, con ciertas tendencias más o menos específicas de reacción psicológica, tienden a morir prematuramente de enfermedad coronaria e infarto al miocardio.
Entre otras características, estas personas mostraban ser impacientes, tener tiempos de reacción cortos, sentir prisa o urgencia frecuente, aceptar demasiadas responsabilidades, estar (o sentirse) casi siempre compitiendo con otros, agresividad u hostilidad, y búsqueda o deseo de reconocimiento.
Una implicación clara de sus hallazgos es que el estrés es mucho más riesgoso para personas (empresarios) con estas características que con las opuestas.

Los signos psicológicos del estrés
Algunas de las principales reacciones o síntomas de tipo psicológico generadas por un estrés intenso y/o prolongado pueden incluir problemas como: insomnio, irritabilidad, impaciencia, intolerancia, incapacidad para pensar en otra cosa que no sea la situación que genera el estrés, enojo, nerviosismo, sensación de angustia, dificultad para concentrarse, fuga de ideas, dificultad extrema para encontrar las palabras adecuadas o deseadas, fantaseo sobre soluciones mágicas, somnolencia diurna y sensación de irrealidad, entre muchas otras.
Estas reacciones pueden presentarse combinadas de muy diversas formas o alguna puede predominar durante horas o días dependiendo de varios factores. Destacan los estilos predominantes personales de tipo emocional como la tendencia al enojo o la angustia, de tipo interpersonal como estilos comunicativos enérgicos o tendencia a evitar conflictos, o incluso de atención selectiva en los que recuerda solo cierto tipo de argumentos y/o personas como solo a quienes les dan la razón o a quienes lo critican.
Mucho de estos estilos se aprende y consolida a lo largo de la vida y depende del concepto que la persona tiene de sí misma, de los demás y de sus expectativas al respecto.
La cantidad de estrés que se experimenta también suele verse modulada por las creencias o convicciones que tiene el individuo sobre la situación “estresora” y sobre la posibilidad de salir de ella, ya sea porque se trate de creencias más o menos generales que ha sostenido durante años (“estar sin trabajo es lo peor que le puede pasar a uno en la vida” o “voy a sacar esto adelante a como dé lugar”) o porque alguien le haya persuadido de su plausibilidad o veracidad a partir de la situación estresora misma (“es imposible salir de una situación como en la que estoy” o “estoy acabado”). Normalmente, las creencias o convicciones que más agravan los efectos del estrés son aquellas que le atribuyen al problema características o propiedades de catástrofe (catastrofización).
Cuando se convierte en un estilo personal de concebir los problemas suele denominársele catastrofismo y entre otras consecuencias agrava el estrés y la situación, al impedir una valoración real o el desarrollo de diversos planes de solución.

El estrés y el organismo
Las reacciones o síntomas físicos de un estrés prolongado pueden incluir prácticamente cualquier aparato o sistema del organismo y frecuentemente incluye varios de manera simultánea. Entre las quejas más frecuentes suelen destacar las digestivas: diarrea, dolor abdominal, muchos alimentos le hacen daño, eructos frecuentes, inflamación abdominal, etc.; y las cardiovasculares: palpitaciones, sensación de presión o dolor en el pecho, presión arterial elevada, palidez o sonrojamiento inexplicable, etc. Otras quejas pueden ser de tipo respiratorio: tos, dificultad para respirar, respiración superficial y ligeramente jadeante, silbidos en el pecho al respirar, las inspiraciones “no llenan” o no son satisfactorias, entre otras.
También puede haber otro tipo de quejas tales como: dolores de cabeza, mareos, sequedad en la boca, prurito (comezón) en diversas partes de la piel, caída del pelo en mechones, enrojecimiento, manchas o erupciones en la piel y parestesias (sensación de que una gota de algo escurre por la piel o que algo pequeño camina sobre ella). Asimismo, pueden experimentarse dolores aparentemente inexplicables en articulaciones u otras partes del cuerpo y sensaciones generalizadas como: fatiga extrema, hambre voraz o pérdida del apetito.
Cabe destacar que tanto las quejas de tipo psicológico como las físicas pueden aparecer en las personas expuestas a estrés prolongado o intenso en cualquier combinación u orden, y durar por periodos que se sienten prolongados, o aparecer y desaparecer de manera repetida en periodos que pueden ir de minutos a días.

¿Está uno realmente enfermo?
Una de las preguntas más frecuentes sobre los efectos del estrés es si este puede causar enfermedades reales. La respuesta a esta pregunta se relaciona muy de cerca con la génesis de los llamados padecimientos psicosomáticos. Un error común es creer que estos padecimientos son imaginarios o fingidos y que solo les ocurren a personas emocionalmente vulnerables o relativamente inestables. En realidad lo que ocurre es que apenas hace algunas décadas se sabía poco sobre los mecanismos que hacen que un estrés prolongado pueda ocasionar o facilitar, por ejemplo, una gripe, un padecimiento cardiaco o incluso un tumor.
La investigación de las últimas cuatro o cinco décadas ha mostrado que estos mecanismos en realidad incluyen series de interacciones entre factores genéticos (heredados), ambientales (del ambiente social o físico), de nutrición y psicológicos. Estos últimos incluyen, a su vez, componentes emocionales (sentimientos, afectos y reacciones), cognitivos (creencias, convicciones) y del comportamiento instrumental (hábitos, habilidades, destrezas, actividades, etc.), todo ello expresado en la conducta diaria y que constituyen el estilo de vida del individuo.
Actualmente, los mecanismos que regulan la interacción de los factores descritos se conocen con un poco más de precisión lo que ha permitido documentar, por ejemplo, que las enfermedades llamadas psicosomáticas son enfermedades reales, con todos sus componentes clínicos, que suelen involucrar los órganos o sistemas genéticamente vulnerables (por su herencia) de un individuo y que se fueron desarrollando por una combinación desafortunada y habitualmente duradera (pero prevenible) de las condiciones ya reseñadas.
Ya desde la década de los años sesenta se hablaba de que los estilos de vida son uno de los principales predictores de la conservación de la salud, de su pérdida o de su recuperación. Esos estilos de vida dependen del comportamiento, ya que este, lo mismo nos pone en riesgo que nos aleja de él. Este efecto dañino o protector de la salud ha resultado tan importante que una de las más prometedoras disciplinas nacientes en las ciencias de la salud, la epigenética conductual está mostrando un desarrollo vertiginoso en los países industrializados.
Un hallazgo clave de este nuevo campo es que, aun cuando la probabilidad de desarrollar una enfermedad esté determinada principalmente por factores genéticos, el momento en la vida de la persona en que se expresa el gen que precipita la enfermedad depende en buena parte de la conducta del individuo, expresado en sus estilos de vida.
Por ejemplo, la herencia de una persona puede ser tal que se esperaría que desarrollara -digamos- diabetes alrededor de los 40 años de edad, tal como ya ha ocurrido en numerosos miembros de su familia. Sin embargo, si esa persona tiene estilos de vida que incluyen mantenerse en su peso, hacer ejercicio cuatro o más veces a la semana, llevar una dieta baja en grasas animales y carbohidratos, dormir ocho horas diarias y mantener a raya el estrés, el gen que precipita esa diabetes puede acabar expresándose muchos años después o quizá nunca en la duración de la vida de esa persona.

¿Cómo se pueden reducir los efectos del estrés?
De la misma forma en que los efectos del estrés surgen de muy diversas combinaciones de factores, la conducta humana puede usarse como instrumento para reducir sus efectos en muy diversos frentes. Lo ideal sería que nuestra crianza e interacción familiar, desde muy pequeños, nos hubiera hecho individuos con un gran aplomo emocional y seguridad personal, conscientes de las razones por las que vale la pena cuidar activamente la salud y hábiles para lograrlo de manera disciplinada en interacción con otros.
Sin embargo, en el caso de prácticamente los adultos lograr esto (como el disponer de buena herencia) resulta, para todo efecto práctico, imposible por ser demasiado tarde. Ya tenemos nuestras características genéticas y, aunque flexibles, nuestras principales formas de funcionar en el mundo (incluyendo el empresarial) también están más o menos establecidas. Lo que sí podemos hacer es aprender estrategias eficaces mediante formas nuevas y de pensar, actuar y sentir que nos hagan menos vulnerables al estrés.
Un factor medular que suele mitigar los efectos del estrés prolongado es la disponibilidad efectiva de apoyo social. Normalmente, este apoyo surge de manera natural de la familia y de los amigos, socios o conocidos, quienes en los momentos difíciles dan a uno apoyo que puede ir desde lo emocional hasta lo financiero, pasando por el aprovechamiento de conexiones personales o de amigos. Estos recursos, puestos en marcha organizadamente, ayudan no solo a reducir el impacto del estrés en el individuo, sino que pueden contribuir eficazmente a avanzar en la solución de la situación estresora.
Un individuo bajo condiciones estresantes que está funcionalmente solo o se siente solo, o incompetente por pedir apoyo, tendrá muchas más dificultades para resolver la situación y va a resentir más los efectos que esta genere.
A lo largo del presente artículo, cuyo propósito ha sido mostrar las principales fuentes de estrés, se han semblanteado algunas estrategias aunque en el propio contexto de cada una. Siendo así, resumamos algunas de las principales estrategias para modular el estrés de las cuales el empresario debería disponer siempre y ponerlas en práctica cuando se enfrente a una situación estresante o sepa que se avecina una:

  • Redistribuir cargas de trabajo y no echarse a cuestas más responsabilidades que las realmente manejables.
  • Colocar los problemas y dificultades en una perspectiva realista y no atribuirles más características amenazantes o dañinas de las que realmente tienen.
  • Mantener y cultivar siempre familiares, socios, amigos y colaboradores en muy buenos términos y tenerlos cerca, especialmente en tiempos difíciles.
  • Anticipar tiempos y decisiones difíciles y asesorarse a tiempo con expertos de ética probada, y competentes.
  • Hacer un mínimo de 20 minutos diarios de ejercicio físico después de valorar nuestra capacidad física con un experto.
  • Mantener una dieta baja en carbohidratos y grasas animales.
  • Asegurarse de dormir ocho horas todas las noches que sea posible.
  • No fumar.
  • Beber (en caso necesario) alcohol en cantidades muy pequeñas.
  • Practicar varias veces al día ejercicios respiratorios y de relajación muscular progresiva profunda, iniciando bajo supervisión de un experto.
  • Dejar cada día o semana un espacio para recreación y mantener siempre el buen humor, pero no a costa de ofender a otros.
  • Si hace falta consultar a un experto hay que revisar a fondo sus credenciales. Han proliferado charlatanes que afirman ayudar a manejar el estrés o hacer psicoterapia.

El estrés es parte de la vida adulta, pero ¿qué tan frecuentemente nos acompaña o lo invitamos a acompañarnos?, es más bien parte de un estilo. Los empresarios, en efecto, requieren de la energía, visión y planeación, capacidad de asumir riesgos y tolerar la incertidumbre, de reaccionar con rapidez, identificar oportunidades y actuar a tiempo y “atingentemente”.
Las consecuencias de carecer de las características anteriores son importantes. Mucho de lo que acompaña la actividad empresarial es por sí mismo estresante; sin embargo, uno de los riesgos que conviene tener presente es el riesgo personal de no saber o no querer afrontarlo.
La catastrofización impide un análisis realista de las situaciones, perpetúa estilos que incluyen el descontrol emocional, la impulsividad, la rigidez o el miedo, que pueden confundirse fácilmente con ser enérgico o disciplinado. El estrés puede ser lo que nos activa a actuar, cuando sabemos controlarlo, pero también puede ser la causa de los más amargos lamentos, y esa, también, acaba siendo una decisión personal.

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