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ISSN 2594-1976
Artículos

Enemigo silencioso en el mundo laboral

admin - 4 junio, 2012

L.C.C. Georgina Ávila Figueroa
Coach Ejecutivo y Team Coach
maavila@prodigy.net.mx

Es la penúltima semana de marzo, las declaraciones anuales no están listas a 100%, hay que trasnochar y comer sobre el escritorio. Llegó la fecha de presentar el dictamen fiscal, no llegan las declaraciones del último mes, hay fricción con el cliente, descansamos menos, nos alimentamos mal, entre el equipo empieza el jaloneo. Sí… vivimos en un constante estrés en nuestro trabajo, y tal pareciera que estamos inmersos en una disyuntiva laboral, como si no hubieran más opciones: o cumplimos la exigencia de ser individuos aptos y capacitados para enfrentar y resolver con éxito, entusiasmo, motivación y alta disponibilidad a cada una de las metas laborales, o renunciamos a nuestras aspiraciones profesionales.
Y en el camino por lograr el constante reto, cumplir con las responsabilidades y las diversas expectativas, aparece la gastritis, la colitis y los problemas cardiovasculares o mentales, como la ansiedad; con lo cual empieza a dificultarse la toma de decisiones, la comunicación y el trabajo en equipo, entre muchos otros factores. Y así inicia el círculo del enemigo silencioso: más trabajo, menos capacidad de análisis; más estrés, menos asertividad; más amenazas por nuestra ineficiencia, menos automotivación; más estrés…
¿En qué momento empieza?
¿Cómo ponerle fin?

Hay un concepto que empieza a escucharse cada vez más, el llamado Burnout “síndrome de estar quemado”, que es un padecimiento provocado por el estrés crónico en el ámbito laboral. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de la mitad de los trabajadores en el mundo sufre de estrés, y ya se le considera una epidemia.
El estrés laboral ha sido definido como un conjunto de reacciones emocionales, cognitivas, fisiológicas y del comportamiento, ante situaciones que se viven como nocivas en cuanto a contenido, organización o entorno en el trabajo; el estrés laboral se caracteriza por altos niveles de excitación, ansiedad y angustia, y por la sensación de no poder hacer nada frente a la situación. Es considerado como uno de los riesgos emergentes más importantes en el panorama laboral actual y uno de los principales retos para la seguridad y la salud al que se enfrentan las empresas.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el estrés laboral como: “Enfermedad peligrosa para las economías de los países industrializados y en vías de desarrollo; perjudicando la productividad, al afectar la salud física y mental de los trabajadores”.
En relación con las ventajas competitivas y cómo son influenciadas por el estrés, la OIT sostiene que: “las empresas que ayuden a sus empleados a hacer frente al estrés y reorganicen con cuidado el ambiente de trabajo, en función de las aptitudes y las aspiraciones humanas, tienen más posibilidades de lograr ventajas competitivas”.
Al estrés laboral ya se le identifica como la enfermedad del siglo XXI, y se le reconoce como un “acelerador” para que ciertos padecimientos avancen rápido y tengan un desenlace negativo.

Silencioso y de alto riesgo
El estrés, al ser una respuesta orgánica en la que el cuerpo tiene cambios fisiológicos, libera adrenalina, incrementa la glucosa, retrae los músculos y libera ácidos gástricos, puede dar origen a problemas como hipertensión y diabetes, entre otros padecimientos. Asimismo, descarga sustancias que aceleran la frecuencia cardiaca, modifican la presión arterial y generan un aumento sanguíneo, y una exposición constante a estos factores puede precipitar, por ejemplo, un infarto.
Los síntomas más frecuentes son: fatiga constante, ineficacia, dificultad en la toma de decisiones y negación a lo que ocurre, ya que al empezar a presentar estas señales, el trabajador las oculta por temor a perder su empleo, destacan además el insomnio, la irritabilidad, los problemas gastrointestinales y de la piel.
Los costos humanos son significativos: aproximadamente más de 15% de las enfermedades cardiovasculares de los hombres y de 20% de las mujeres se deben al estrés relacionado con el trabajo; además de otros males asociados, se tienen los trastornos musculo-esqueléticos, gastrointestinales y problemas de salud mental.

El individuo frente al estrés laboral
El estrés no es en sí mismo “malo” o negativo, es algo con lo que vivimos cotidianamente y en algunos momentos representa “un motivador”. Por ejemplo, si un jefe es exigente, el colaborador puede esmerarse para hacer un entregable de mayor calidad, ya que nos mueve a adaptarnos, a hacer cambios y a esforzarnos para hacer mejor las cosas. El problema surge cuando el factor deja de ser positivo y empieza a ser algo que obstaculiza. Esa “frontera” es diferente en cada individuo, y dependiendo de su momento de vida, hay quien se estresa porque el jefe le pregunta la hora, y hay quienes toman decisiones que afectan a miles de empleados bajo niveles de estrés manejables.
El problema radica en que las personas no cuentan con los recursos adecuados que les permitan afrontar y controlar los estresores sociales y psicológicos. La imposibilidad de enfrentar los conflictos, el enojo no resuelto al no poder encarar a un jefe o compañero, la mala comunicación, el no reconocer la incapacidad para realizar una determinada tarea, las discusiones con superiores o pares, la fricción con clientes, propicia que la persona empiece a presentar ciertos hábitos y, a la vez, síntomas que pueden terminar en una enfermedad, ya que como se ha comentado, cuando las respuestas al estrés son excesivamente intensas, frecuentes y duraderas, se producen diversos trastornos en el organismo.

Situaciones que desarrollan estrés laboral
El estrés laboral puede ser episódico cuando es ocasionado por un evento aislado, y se lo denomina crónico cuando el trabajador está expuesto a diferentes estresores, por ejemplo:

  • Sobrecarga de trabajo. Al aparecer exigencias simultáneas, numerosas, persistentes y variables se produce sobre estimulación. El trabajador percibe una inadecuada carga mental de trabajo y la falta de control sobre la tarea al creer que no posee la habilidad suficiente para realizarla. El estrés por sobre estimulación produce tensión nerviosa, fatiga, irritabilidad, crisis de decisión, ansiedad, confusión, embotamiento y desconcentración.
  • Responsabilidades y decisiones importantes. Se da en personas que tienen tareas jerárquicas y un alto grado de responsabilidades, numerosas y variables; los que trabajan en sectores con una alta competitividad, bajo presión para lograr alta eficacia, o van contra el reloj; los que desarrollan un trabajo intelectual excesivo; los que se encuentren sometidos a tensión psicológica; los que deben adaptarse permanentemente a situaciones nuevas con datos inestables, y quienes viven una alta inseguridad en el trabajo. En estos casos se puede sentir agotamiento físico, trastornos del sueño, disminución del deseo sexual, impaciencia, pérdida de la iniciativa, dificultad en la toma de decisiones o tener alguna adicción.
  • Alteración de los ritmos biológicos. Se da en trabajadores que en un corto periodo requieren salir tarde de la oficina y estar listos al día siguiente en su horario habitual, con jornadas nocturnas o que viajan frecuentemente. Estos cambios requieren un esfuerzo adaptativo que puede generar irritabilidad, disminución de la concentración, trastornos del sueño, fatiga, ansiedad y modificaciones problemáticas en las relaciones sociales, conyugales y sexuales.
  • Ambiente laboral inadecuado. Aquí aparecen los denominados “estresores ambientales” como podrían ser una iluminación deficiente, ruidos intermitentes o con un alto nivel, excesivas vibraciones, altas o bajas temperaturas, atmósferas mal ventiladas y presencia de contaminantes en la atmósfera. Los estresores ambientales exigen al trabajador una adaptación física y psicológica.
  • Ambigüedad de roles. Una falta de claridad en las misiones y funciones del puesto de trabajo o que no estén claramente definidas las responsabilidades, suele producir un alto nivel de estrés, depresión y deseos de abandonar el puesto, o una disminución de la autoestima por la falta de satisfacción en la tarea que se realiza.
  • Discrepancias con metas profesionales. Al haber dudas sobre la carrera laboral o profesional de la persona dentro de la organización, comienzan a marcarse las inseguridades laborales y las ambiciones se van frustrando. Esto puede provocar ansiedad, frustración y depresión, entre los 40 y 50 años. El rendimiento laboral va disminuyendo y se pueden facilitar ciertas adicciones hacia el café, tabaco, alcohol o drogas.
  • Estresores grupales. Debido a que se denomina equipo al formado por personas que interactúan entre sí al compartir una meta en común, valores y normas; la falta de cohesión grupal, los conflictos intragrupales o el escaso apoyo por parte de la dirección, pueden generar alto grado de inseguridad, y crecer el nivel de ansiedad y el ausentismo como una forma de alejarse de los conflictos.
  • Estresores organizacionales. Este caso puede elevar el nivel de estrés de los trabajadores debido a un mal clima organizacional, estilos gerenciales inadecuados, tecnología obsoleta, diseños y características de los puestos anti ergonómicos, o fechas poco realistas de finalización de los trabajos.

Prevención en las organizaciones
Debido a que el Burnout se origina en el lugar de trabajo, la OMS considera que para contrarrestarlo es necesario que las empresas efectúen cambios, como mejorar horarios y áreas de trabajo, crear espacios de descanso, agilizar la comunicación con y entre los empleados, considerar sus necesidades familiares y organizar actividades lúdicas en grupo, entre otros.
De acuerdo con el Instituto Estadounidense del Estrés (AIS, por sus siglas en inglés), en Estados Unidos, el estrés provoca pérdidas por 300,000 millones de dólares al año. Y aunque en México no se tiene registro, la Coordinación de Salud en el Trabajo del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) calcula que aproximadamente 30% de los trabajadores presenten síntomas de estrés laboral.
Para los lugares de trabajo, el estrés laboral deriva en importantes costos ocasionados por el ausentismo y la baja productividad laboral. A este respecto, son varias las acciones que se pueden emplear para reducir el nivel de estrés, a continuación algunas de ellas:

  • Definir la misión y función de cada puesto de trabajo y comunicárselas a los trabajadores.
  • Verificar que el tipo de trabajo y volumen que se debe desarrollar es compatible con las habilidades y capacidades del recurso humano.
  • Establecer objetivos claros, elaborar y dar seguimiento a planes de trabajo.
  • Al diseñar los puestos de trabajo, tener en cuenta que los mismos puedan brindar estímulo al trabajador.
  • Enseñar y promover el trabajo en equipo.
  • Capacitar al personal sobre la comunicación.
  • Reducir incertidumbres sobre el futuro de los trabajadores.
  • Dar oportunidad a los trabajadores de participar en las decisiones y acciones que afectan a sus trabajos.
  • Capacitar al personal en el manejo del estrés y sobre un mejor aprovechamiento de la inteligencia emocional.
  • Requerir de un especialista el análisis de las condiciones de trabajo para identificar los aspectos estresantes y producir los cambios correspondientes.
  • Realizar controles médicos anuales para detectar patologías relacionadas con el estrés.

Pongamos la solución en nuestras manos
Así como la persona se somete a chequeos médicos, también tiene que averiguar qué factores lo llevan a una situación con la que no está a gusto y, por lo tanto, le genera estrés, con el fin de actuar sobre de ello y así fomentar un estado donde se sienta más equilibrado.
Ya que el estrés no afecta a todas las personas por igual, el expresar nuestras emociones y reconocer que “algo está pasando”, es un primer paso para encontrar por qué se presenta, para lo cual se requiere de apoyo y orientación. Ante algunos de los síntomas expuestos es recomendable acudir al área de recursos humanos, con el médico o con un coach; el objetivo es buscar ayuda profesional.
El enfrentar, entender y encontrar soluciones es un proceso que implica la evaluación y revaluación de la persona ante situaciones demandantes, con el propósito de encontrar estrategias dirigidas a la acción; actividades enfocadas en modificar el problema y orientadas a regular y a equilibrar nuestras respuestas emocionales.

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