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ISSN 2594-1976
Artículos

Mujer profesionista. Agente de cambio

admin - 5 septiembre, 2011

Lic. Lucía Legorreta de Cervantes
Presidenta del Consejo Nacional del Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer (CEFIM)
cervantes.lucia@gmail.com

La situación actual en que nos encontramos hombres y mujeres a principios del siglo XXI no podría explicarse sin mirar ciertos antecedentes de cómo la mujer ha ido participando en la vida pública. Fue hasta el siglo XIX cuando las propias mujeres comenzaron a unirse en organizaciones creadas para luchar por la emancipación de su sexo: no podían votar ni ocupar puestos públicos, no podían tener propiedades, transferían al marido los bienes heredados; no podían dedicarse al comercio, tener negocio propio, ejercer muchas profesiones, abrir una cuenta corriente o aspirar a un crédito. Las leyes en lo civil y en lo penal las trataban como menores de edad. Esto no quiere decir que no hubiera mujeres que influyeron en este siglo, pero quizá su papel más importante fue la creación y conservación de una vida familiar fuerte y estable y la educación de los hijos

Primeros pasos
A principios del siglo XX, el tema central fue el derecho al voto. En Estados Unidos la mujer lo obtuvo en 1920 y en México fue en 1953. La Primera Guerra Mundial hizo que la mujer se incorporara al mundo del trabajo y que le reconocieran ciertos derechos laborales.
Un hecho verdaderamente histórico fue el descubrimiento de los métodos anticonceptivos, que logra por primera vez la disociación entre la sexualidad y la reproducción, hecho que ha provocado cambios decisivos en la condición histórica de la mujer y en la relación entre los sexos. En Europa se produce un gran impulso a favor de la libertad sexual, el control de la natalidad y surgen los primeros movimientos feministas radicales.
A finales del siglo pasado se llevaron a cabo conferencias mundiales que reunieron al mundo entero centrando su atención en temas que afectaban directamente a la mujer: salud, educación, violencia, pobreza, trabajo y participación pública, entre otros.
Así, salieron a la luz atrocidades cometidas contra mujeres tales como la mutilación genital, la lapidación, la violencia y el tráfico de niñas y adolescentes.

Realidad social actual
Desde entonces se han realizado convenios internacionales, políticas públicas y diversos esfuerzos a favor de la mujer. La condición ha mejorado, pero aún está lejos de ser equitativa.
Basta con mirar la situación de la mujer en México: según el último censo somos poco más de la mitad de la población y vivimos en promedio unos cinco años más que el hombre. Sin embargo:

  • La participación en la vida pública es solo de 16% en relación con los hombres.
  • El 9.8% de la mujeres es analfabeta.
  • El nivel máximo de estudio que alcanza la mayoría de las mujeres mexicanas es de segundo grado de secundaria.
  • Uno de cada cuatro hogares, en nuestro país, está encabezado por una mujer, ya sea viuda, divorciada, refugiada, abandonada o sola.
  • A diario mueren 12 mujeres por cáncer cérvico-uterino y cuatro por cáncer de mama; a pesar de los avances en materia de salud.
  • La quinta parte de las mamás mexicanas son madres solteras.

No hay duda de que en las últimas décadas se ha presentado, no solo en nuestro país, sino a nivel mundial, un cambio generacional muy fuerte: el promedio de edad en el que la mujer se casa es de 25.5 años (nuestras abuelas lo hacían a los 15 años); el promedio actual de hijos por mujer es de 2.1 (en los años setenta era de siete hijos por mujer); el número de matrimonios está descendiendo y el de divorcios va en aumento. Además, encontramos cada vez más mujeres que deciden vivir en unión libre, y que voluntaria o involuntariamente son madres solteras.

Participación laboral
Al hablar de este tema, cada vez más mujeres salen a trabajar, algunas por gusto pero la mayoría por necesidad: 65% de estas son asalariadas y 3% empleadoras. Sus jornadas de trabajo son dobles; es decir, trabajan en una fábrica o empresa, y al regresar a su casa siguen trabajando. Hay un dicho muy cierto que expresa: “el trabajo del hombre cesa cuando el sol declina, el de la mujer nunca termina”.
Según la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo del INEGI, la mujer trabaja 14 horas más que el hombre a la semana.
Ahora bien, la mayoría de las mujeres queremos o tenemos que trabajar, pero también queremos formar una familia. Un estudio muy interesante demostró que en la actualidad, 20% de las mujeres optan por desarrollar su vida profesional y no tener hijos; otro 20% ha decidido dedicarse por completo al cuidado de los hijos, y el restante 60% desea compatibilizar la atención a la familia con un empleo remunerado. Surge entonces ese gran conflicto entre familia y trabajo, ya que una gran realidad es que “los mejores años como mujeres en el trabajo coincide con los mejores años para ser madre”.
Por tal motivo, para que las mujeres no vivamos un conflicto diario al dividirnos entre nuestra familia y el trabajo, debemos contar con el apoyo del Gobierno, promoviendo políticas públicas que permitan que la mujer pueda ser madre, esposa y profesionista; de las empresas con horarios flexibles, guarderías, permisos en embarazos, trabajos en casa y, por supuesto, con el apoyo de los hombres, que como empresarios y como esposos tienen que apoyar para que esta sociedad tenga mujeres equilibradas y, por ende, familias sólidas.

Gran interrogante: ¿Cómo compaginar familia y trabajo?
Los hombres y las mujeres, con igual dignidad como seres humanos, somos diferentes, lo dicen importantes estudios médicos y psicológicos: hay diferencias en nuestra inteligencia, memoria verbal, racionamiento, metas, aspiraciones y emotividad, que sería tema de gran interés para otra reflexión.
El hombre cuando sale a trabajar se olvida de que tiene hijos, las mujeres no lo podemos separar, estamos en el trabajo pensando en los hijos y en la casa pensando en el trabajo.
Mi propuesta es que esta interrogante no sólo sea de nosotras las mujeres, sino también de los hombres. Seguimos todavía pensando y viviendo el viejo modelo de pareja en la que el padre es el proveedor o abastecedor económico de su familia y la madre quien educa a los hijos.
Esto debe cambiar. Los hijos desde que nacen necesitan el apoyo y apego del padre, “la excesiva presencia del padre en el trabajo, no justifica su ausencia en la vida de familia”. Hay consecuencias en los niños estudiadas por expertos de cuando el padre no está presente: disfunciones cognitivas, déficits intelectuales, privación afectiva, inseguridad, baja autoestima y mal desarrollo de la identidad sexual.
Somos dos cabezas en el matrimonio que pueden alternarse, suplirse, complementarse, delegarse, sustituirse o actuar, simultáneamente, según convenga al bienestar de los hijos. La igualdad de oportunidades exige la igualdad de responsabilidades, es decir, la “co-responsabilidad”.

Mujer profesionista
Las mujeres profesionistas de hoy tenemos más oportunidades de las que tuvieron las mujeres de antes, pero también el gran riesgo de caer en un desequilibrio de vida, que nos lleve a descuidar lo más importante para lo cual fuimos creadas: nuestra propia dignidad y el darnos a los demás mediante la familia y el matrimonio, si hemos optado por este camino.
Tanto hombres como mujeres tenemos que lograr el equilibrio entre familia y trabajo. El desarrollo de un país se potenciaría si se diera también el desarrollo de las familias que lo constituyen. Para tener una “sociedad sana”, es necesario contar con familias sólidas, y para que una mujer pueda formar una familia sólida, debe contar con el apoyo de los gobiernos, las empresas públicas y privadas y principalmente de los hombres.
Seamos mujeres profesionistas, este agente de cambio que necesita nuestra sociedad y aprovechemos los grandes retos y oportunidades que el mundo de hoy nos presenta.
De no ser así, pensemos ¿qué México estamos formando para nosotros y para nuestros hijos?

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